Fuente: La Voz del Río/ Comunidad
Por Edinson Lares Rojas
Por la calle de la linterna
Ese día, que no recuerdo con precisión cuál fue, a mediados de la década de los noventa en diciembre de 1995, cuando bajaba por la calle “Táchira”, hoy Av. “Juan Cancio Rodríguez” de La Asunción; cuyo recorrido hacía todas las noches desde la silenciosa Plaza Bolívar, como a las 11:30 pm, cuando al entrar por la calle “La Ceiba” del sector “El Otro Lado del Río”, rumbo a la casa en dónde, por casi doce años previos a la fecha viví hasta ahora al llegar de Caracas, en aquel año de 1983; cuya “década” está considerada por muchas venezolanas y venezolanos, como “La Década Perdida del Siglo XX”.
Ocurrió el más significativo de los sucesos que recuerde en esta región insular, cuando sobre la misma vía del sector, que separa el río “La Asunción” y la calle que se orienta de “Este a Oeste”, -y viceversa- la cual para la época estaba bien pavimentada; observé una enorme luz blanca-amarilla redonda que saltaba a media altura en pleno centro de la calle “La Ceiba”.
Sí, una luz intensa, un tanto fuerte para mi fantasiosa mente, alimentada por cuentos y fabulas de “entierros y aparecidos; y suceso, lo bastante tarde para mi laborioso día, determinado por la producción, coordinación y ejecución de un programa cultural audio-fónico, en esa época, a través de los parlantes de la Plaza Bolívar y el Bulevar “5 de Julio”, en pleno “Casco Central” de la ciudad, generado desde la Casa de La Cultura Mons. Dr. “Nicolás Eugenio Navarro”; el cual se identificó con el sugerente nombre de: “Expresión Cultural Venezolana” (ECV).
Hoy en día no funciona tal “programa cultural audio-fónico parlante”, y en su lugar, a pocos metros de la “Casa de La Cultura” Mons. Dr. “Nicolás Eugenio Navarro”, en una residencia de la calle “Independencia” del mismo sector “Casco Central”; funciona hasta ahora, la conocida emisora comunitaria “Radio Expresión”, 100.1 FM, desde el día 24 de diciembre de 2001. Que dicho sea de paso, he postulado un proyecto radial que arranca en este año 2011.
Bueno, de primer momento creí que era la luz de un “entierro con vigía”, lo que veía casi al frente de la sede de la “Universidad Nacional Abierta” (UNA), que con el miedo crecido al acercarme a paso lento, creyendo que esa misma luz me llamaba para “guiarme” sobre el lugar del ya supuesto, en mi mente, “entierro” de morocotas. Mi mente voló por cuanta historia contada de aparecidos y desaparecidos; habría narrado en ese consecuente programa “ECV”, difundido de Lunes a Viernes a partir de la 7 pm.
De hecho, hasta creí escuchar unas cadenas rodando y sonando acompañadas con briosos corceles de la misma época colonial por otros sucesos; pero nada, los nervios a punto de reventarme en el cuerpo, alimentaban recuerdos de la llegada del terrible “Tirano Aguirre”, que muchas veces contaron los viejos del propio barrio, referido sobre un gobernador y unos asuntinos muertos en aquel mes de agosto de 1561; quienes fueron arrastrados encadenados hasta la “Plaza Mayor” o Plaza Bolívar, desde La Fuente en el vecino municipio de “Antolín del Campo”.
En verdad no fue una luz especial, de esas que en la actualidad poco se observan; esas de las que otrora, se veían deambulando por entre las huertas y el intermitente caudal del río La Asunción, en dónde pocos vecinos sacaron botijas de morocotas y, ahora ni cuidan, a sabiendas que la naturaleza –como el agua vertida en un vaso- aguanta hasta el reboso del límite superior.
Aún recuerdo la experiencia y me río solo de las alteraciones estomacales que viví a medida que me acercaba a esa amarilla luz de color morocota, que de paso ahora poco se ven, es verdad; pero que sin embargo, por allí saltan de vez en cuando y cuando en vez; y más en la época del mes de mayo.
Cierto es, que esa noche no dormí, por escribir uno de los tantos cuentos muy apreciados por mí, en mi poca producción narrativa. Pero en honor a la experiencia y todo lo que allí en ese cuento referí, lo titulé más simplificado que otra cosa, con el calificado nombre de “La Linterna”; que para mayor seña, solo al final del cuento revelé que todo comenzó, cuando un niño en medio de la calle “La Ceiba”, blandía una pequeña linterna que hizo posible ocurriera un accidente fatal a dos personas; las cuales, fisioné entre mis mejores amigos.
Lo cual, igual como cuento, llegaron a conocerse, se casarón treinta años después de haber sufrido ambos el mismo accidente; es decir, –según mi propia imaginación- por quedar cegados con la luz vista en la carretera, en diferentes épocas, que les produjo a ambos personajes fisionados, cayeran en un voladero a la orilla del camino que transitaban en una inventada ciudad ficticia.
Claro que, todo lo aparente y bien narrado, es producto de lo ocurrido en la calle que ahora nombro “La Linterna”; pero que en verdad lleva por nombre “La Ceiba”. Y, cada vez que paso, porque de hecho siempre está a oscura por mal alumbrada, como si estuviera sufriendo de una maldición tirana; ese hecho me obliga a cargar mi propia linterna de bolsillo, para llegar pasada las seis de la tarde a la casa familiar del sector donde resido.
Una vez escuché al maestro Dr. “Luís Beltrán Prieto Figueroa”, en un discurso pronunciado en la sala de secciones del otrora Consejo Municipal del Municipio Arismendi del Estado Nueva Esparta; que la calle “Paz”, frente a la Prefectura, con salida en la calle “Fermín” diagonal a la Farmacia “La Asunción”, era la verdadera “Calle del Diablo”; y no la calle “Virgen del Carmen” que une a la “Plaza Arismendi” con la “Plaza de La Juventud”; pasando por la cara sur de la “Plaza Bolívar”, al frente de la Plaza Dr. “Enrique Albornoz Lárez” y la parte posterior de la centenaria Escuela Nacional Bolivariana “Francisco Esteban Gómez de La Asunción.
Que de nombre particular por mi experiencia a la calle “La Ceiba”, por la calle “La Linterna”… Igual, hay quienes proponen se cambien los nombres de muchas calles de esta ciudad capital, y hasta de otras en otros lugares, sin consultar al pueblo ni pensar que esta revolución socialista, no puede estar orientada hacia un “pensamiento único” o muy “personalista” de unos seudo revolucionario; más equivocados que las mismas minorías opositoras.
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Por Edinson Lares Rojas
Por la calle de la linterna
Ese día, que no recuerdo con precisión cuál fue, a mediados de la década de los noventa en diciembre de 1995, cuando bajaba por la calle “Táchira”, hoy Av. “Juan Cancio Rodríguez” de La Asunción; cuyo recorrido hacía todas las noches desde la silenciosa Plaza Bolívar, como a las 11:30 pm, cuando al entrar por la calle “La Ceiba” del sector “El Otro Lado del Río”, rumbo a la casa en dónde, por casi doce años previos a la fecha viví hasta ahora al llegar de Caracas, en aquel año de 1983; cuya “década” está considerada por muchas venezolanas y venezolanos, como “La Década Perdida del Siglo XX”.
Ocurrió el más significativo de los sucesos que recuerde en esta región insular, cuando sobre la misma vía del sector, que separa el río “La Asunción” y la calle que se orienta de “Este a Oeste”, -y viceversa- la cual para la época estaba bien pavimentada; observé una enorme luz blanca-amarilla redonda que saltaba a media altura en pleno centro de la calle “La Ceiba”.
Sí, una luz intensa, un tanto fuerte para mi fantasiosa mente, alimentada por cuentos y fabulas de “entierros y aparecidos; y suceso, lo bastante tarde para mi laborioso día, determinado por la producción, coordinación y ejecución de un programa cultural audio-fónico, en esa época, a través de los parlantes de la Plaza Bolívar y el Bulevar “5 de Julio”, en pleno “Casco Central” de la ciudad, generado desde la Casa de La Cultura Mons. Dr. “Nicolás Eugenio Navarro”; el cual se identificó con el sugerente nombre de: “Expresión Cultural Venezolana” (ECV).
Hoy en día no funciona tal “programa cultural audio-fónico parlante”, y en su lugar, a pocos metros de la “Casa de La Cultura” Mons. Dr. “Nicolás Eugenio Navarro”, en una residencia de la calle “Independencia” del mismo sector “Casco Central”; funciona hasta ahora, la conocida emisora comunitaria “Radio Expresión”, 100.1 FM, desde el día 24 de diciembre de 2001. Que dicho sea de paso, he postulado un proyecto radial que arranca en este año 2011.
Bueno, de primer momento creí que era la luz de un “entierro con vigía”, lo que veía casi al frente de la sede de la “Universidad Nacional Abierta” (UNA), que con el miedo crecido al acercarme a paso lento, creyendo que esa misma luz me llamaba para “guiarme” sobre el lugar del ya supuesto, en mi mente, “entierro” de morocotas. Mi mente voló por cuanta historia contada de aparecidos y desaparecidos; habría narrado en ese consecuente programa “ECV”, difundido de Lunes a Viernes a partir de la 7 pm.
De hecho, hasta creí escuchar unas cadenas rodando y sonando acompañadas con briosos corceles de la misma época colonial por otros sucesos; pero nada, los nervios a punto de reventarme en el cuerpo, alimentaban recuerdos de la llegada del terrible “Tirano Aguirre”, que muchas veces contaron los viejos del propio barrio, referido sobre un gobernador y unos asuntinos muertos en aquel mes de agosto de 1561; quienes fueron arrastrados encadenados hasta la “Plaza Mayor” o Plaza Bolívar, desde La Fuente en el vecino municipio de “Antolín del Campo”.
En verdad no fue una luz especial, de esas que en la actualidad poco se observan; esas de las que otrora, se veían deambulando por entre las huertas y el intermitente caudal del río La Asunción, en dónde pocos vecinos sacaron botijas de morocotas y, ahora ni cuidan, a sabiendas que la naturaleza –como el agua vertida en un vaso- aguanta hasta el reboso del límite superior.
Aún recuerdo la experiencia y me río solo de las alteraciones estomacales que viví a medida que me acercaba a esa amarilla luz de color morocota, que de paso ahora poco se ven, es verdad; pero que sin embargo, por allí saltan de vez en cuando y cuando en vez; y más en la época del mes de mayo.
Cierto es, que esa noche no dormí, por escribir uno de los tantos cuentos muy apreciados por mí, en mi poca producción narrativa. Pero en honor a la experiencia y todo lo que allí en ese cuento referí, lo titulé más simplificado que otra cosa, con el calificado nombre de “La Linterna”; que para mayor seña, solo al final del cuento revelé que todo comenzó, cuando un niño en medio de la calle “La Ceiba”, blandía una pequeña linterna que hizo posible ocurriera un accidente fatal a dos personas; las cuales, fisioné entre mis mejores amigos.
Lo cual, igual como cuento, llegaron a conocerse, se casarón treinta años después de haber sufrido ambos el mismo accidente; es decir, –según mi propia imaginación- por quedar cegados con la luz vista en la carretera, en diferentes épocas, que les produjo a ambos personajes fisionados, cayeran en un voladero a la orilla del camino que transitaban en una inventada ciudad ficticia.
Claro que, todo lo aparente y bien narrado, es producto de lo ocurrido en la calle que ahora nombro “La Linterna”; pero que en verdad lleva por nombre “La Ceiba”. Y, cada vez que paso, porque de hecho siempre está a oscura por mal alumbrada, como si estuviera sufriendo de una maldición tirana; ese hecho me obliga a cargar mi propia linterna de bolsillo, para llegar pasada las seis de la tarde a la casa familiar del sector donde resido.
Una vez escuché al maestro Dr. “Luís Beltrán Prieto Figueroa”, en un discurso pronunciado en la sala de secciones del otrora Consejo Municipal del Municipio Arismendi del Estado Nueva Esparta; que la calle “Paz”, frente a la Prefectura, con salida en la calle “Fermín” diagonal a la Farmacia “La Asunción”, era la verdadera “Calle del Diablo”; y no la calle “Virgen del Carmen” que une a la “Plaza Arismendi” con la “Plaza de La Juventud”; pasando por la cara sur de la “Plaza Bolívar”, al frente de la Plaza Dr. “Enrique Albornoz Lárez” y la parte posterior de la centenaria Escuela Nacional Bolivariana “Francisco Esteban Gómez de La Asunción.
Que de nombre particular por mi experiencia a la calle “La Ceiba”, por la calle “La Linterna”… Igual, hay quienes proponen se cambien los nombres de muchas calles de esta ciudad capital, y hasta de otras en otros lugares, sin consultar al pueblo ni pensar que esta revolución socialista, no puede estar orientada hacia un “pensamiento único” o muy “personalista” de unos seudo revolucionario; más equivocados que las mismas minorías opositoras.
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