Fuente: Henry Hernández
Tomado de: Agencia Venezolana de
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Caracas, 14 Ago. AVN.- En agosto de 1945, Japón estaba
militarmente derrotado, la guerra en Europa había terminado 3 meses antes con
la derrota de los aliados del Imperio del Sol Naciente, los fascistas italianos
y los nazis alemanes habían sido desplazados del poder ante el empuje de las fuerzas
del Ejército Rojo soviético y las tropas de Occidente que habían irrumpido en
el continente europeo por Normandía en Francia y por el sur de la bota
italiana. La resistencia heroica de los pueblos europeos recibió desde el este,
el oeste y el sur el apoyo necesario para su liberación.
Años
antes, en 1941, Japón había subestimado la reacción de Estados Unidos ante un
ataque a su territorio. El 7 de diciembre había lanzado una gigantesca ofensiva
aérea contra la flota estadounidense del Pacífico basificada en Pearl Harbor,
en la isla Oahu de Hawái. Aunque algunos historiadores han afirmado que el
objetivo de la acción era liberar al imperio nipón del bloqueo económico a que
era sometido y crear condiciones para una negociación en mejores condiciones,
es difícil suponer eso en el año 1941. Parece más acertado suponer que con la
destrucción de la flota estadounidense pretendía reasumir el control y la
consiguiente hegemonía sobre el Océano Pacífico y ocupar los territorios
coloniales de Estados Unidos y Europa en ese vasto territorio, estratégico para
un país insular como Japón.
Desde la
otra cara de la moneda, lo que Estados Unidos ha querido presentar como una
sorpresa, no lo fue tanto. Desde 1932, había estado preparado para un ataque
sorpresa contra Pearl Harbor y había entrenado a sus tropas para esa
eventualidad que consideraba como la "mejor manera" de atacar la
isla.
En 1939
la Oficina de Inteligencia Naval (ONI) había redactado un informe secreto que
contenía ocho medidas para inducir a Japón a atacar a Estados Unidos. El
presidente Roosevelt puso en marcha las ocho medidas propuestas por la ONI en
su informe. La primera de ellas consistía en situar a la flota en Hawái como
cebo dentro del radio de alcance de los portaviones nipones. La implementación
de estas medidas produjo resistencias y opiniones contrarias de diversos
funcionarios, incluso entre algunos miembros de las Fuerzas Armadas. Todos
ellos fueron oportunamente removidos de sus cargos y desplazados a otros sin
relación con el tema.
A partir
de ese momento se comenzó a montar una de las operaciones de inteligencia mejor
implementadas de la historia. Una de los argumentos que se ha utilizado es que
las fuerzas atacantes mantuvieron un estricto silencio de radio, lo cierto es
que desde agosto de 1940 la inteligencia naval de Estados Unidos interceptaba y
descifraba los mensajes de los diplomáticos y militares nipones. Estudiosos del
tema afirman que "entre el 16 de noviembre y el 7 de diciembre de 1941
Estados Unidos interceptó 663 mensajes por radio entre Tokio y la fuerza de
ataque, o sea, aproximadamente uno cada hora, entre ellos uno del almirante
Yamamoto, Comandante en Jefe de la Flota Combinada de la Armada Imperial
Japonesa, no dejaba ninguna duda de que Pearl Harbor sería el blanco del ataque
japonés.
El 27 y
28 de noviembre de 1941, Roosevelt ordenó expresamente al almirante Kimmel y al
general Short, los más altos mandos militares de Estados Unidos en Hawái
permanecer a la defensiva pues "Estados Unidos desea que Japón cometa el
primer acto abierto".
Inmediatamente
después del ataque, Roosevelt anunció que Estados Unidos se lanzaría a la
guerra: "Nuestro pueblo, nuestro territorio y nuestros intereses están en
grave peligro... He pedido que el Congreso declare que desde que Japón lanzó
este cobarde ataque sin provocación alguna el domingo 7 de diciembre, Estados
Unidos y el Imperio japonés están en estado guerra".
El
secretario de Guerra escribió en su diario: "Cuando recibimos la noticia
del ataque japonés, mi reacción inicial fue alivio porque la indecisión había
terminado y ocurrió de tal manera que podría unificar a todo nuestro pueblo.
Ese sentimiento persistió a pesar de las noticias de catástrofes. Este país, si
está unido, no tiene nada que temer. Por otro lado, la apatía y las divisiones
que fomentaban personas antipatrióticas eran muy desalentadoras".
Era la
guerra que el gobierno de Estados Unidos quería. Como siempre necesitaban
argumentos para mostrarse ante su pueblo como víctima de una agresión
extranjera. De esa manera, se justificaba su respuesta "en defensa de la
integridad de América". Así se fraguó la entrada de Estados Unidos en la guerra
en contra de lo que expresaba su propia opinión pública, adversa a tal decisión.
Así, también se comenzó a diseñar la manera en que debía concretarse la peor
venganza de la historia. Con ello, el imperio estadounidense quiso sentar las
bases de una hegemonía sustentada en el horror y el terror que produce el uso
indiscriminado de la fuerza.
Fue el
propio Emperador Hirohito quien el 22 de junio de 1945 en una sesión del
Consejo Supremo de Guerra, declaró lo que otros altos dignatarios no querían o
no se atrevían a insinuar: "el Japón debía hallar un medio para terminar
la guerra, porque no hay forma de continuar con este estado de cosas. Oleadas
tras oleadas de bombarderos estadounidenses reducen a cenizas las principales ciudades
del Japón. El bloqueo se hace sentir en todos los aspectos de la vida. Acecha
el hambre y las enfermedades, no hay combustibles, la distribución de agua es
intermitente, no hay energía eléctrica, la distribución de alimentos está
llegando a niveles trágicos y los servicios de salud atienden sólo casos de
gravedad". No era esta la situación de una potencia fortalecida y
desafiante.
Por el
contrario, buscaba desesperadamente negociar. Ya lo habían comenzado a hacer
con la Unión Soviética. Mientras tanto, se incrementaban los bombardeos de
Estados Unidos contra el inerme territorio japonés, destruyendo lo poco que
quedaba de su poderío militar y naval. Se trataba de "ablandarlo"
antes del golpe decisivo, que nadie imaginaba de tal magnitud. En otro orden,
Estados Unidos recelaba de las conversaciones y acuerdos a los que pudiera
llegar Japón con la Unión Soviética, los que le podrían hacer quedar en una
situación complicada en la región del Pacífico de cara a un escenario mundial
distinto en la posguerra.
En este
contexto, los triunfadores se reunieron en Potsdam, Alemania, en una reunión
cumbre de los mandatarios de las potencias vencedoras en la guerra. El tema de
Japón estaba presente como punto sobresaliente de la agenda. Estados Unidos,
Gran Bretaña y China (aún no había triunfado la revolución de 1949) proclamaron
que la única alternativa era la "rendición incondicional". Además de
ello, se exigía privar a Japón de todas sus ganancias territoriales y
posesiones fuera de las islas metropolitanas, y que se ocuparían ciudades del
Japón hasta que se hubiese establecido "un gobierno responsable e
inclinado a la paz" de acuerdo con los deseos expresados por el pueblo en elecciones
libres. Dos días después de publicada la Proclama de Potsdam, Japón rechazó los
términos de rendición incondicional.
Aunque
existían muchos puntos a resolver, había uno sobre el que los aliados no se habían
manifestado y que para Japón era de honor: el status de su Emperador, por el
cual los japoneses estaban dispuestos a las últimas consecuencias. El asunto no
era difícil de resolver toda vez que ninguna de las potencias se había
manifestado reacia a una decisión favorable a la continuidad de la monarquía.
La única línea de comunicación de Japón con los aliados era la Unión Soviética,
que aunque tenía información de inteligencia acerca de la posesión por Estados
unidos del arma atómica, se encontraba al margen de los preparativos bélicos de
sus aliados occidentales. Por su parte, Estados Unidos dudaba de las
negociaciones soviéticas e incluso suponía que la URSS, -en realidad- estaba
ganando tiempo para una acción bélica propia que les diera el control futuro
sobre Japón. En ese contexto, el nuevo presidente estadounidense Harry Truman
ordenó el lanzamiento de las bombas atómicas.
El resto
de la historia es conocida, el 6 de agosto la aviación estadounidense dejó caer
la bomba en la indefensa Hiroshima y el 9 del mismo mes se repitió la acción
contra Nagasaki. El Emperador japonés se vio obligado a aceptar la rendición
incondicional ante la visión apocalíptica de 220 mil muertos en ambas ciudades.
Se iniciaba la era nuclear, la era del terror nuclear. El mayor acto terrorista
de la historia de la humanidad se había consumado.
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